¿Y PARA QUIÉN ESCRIBO AHORA?

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¿Para Quién Escribo Ahora?

¿Para quién escribo? Esta es una pregunta que he tenido que plantearme últimamente y responder de nuevo. De nuevo, porque me cuestioné al respecto en el pasado.  
Esta vez he decidido plasmar el tema y mis reflexiones por aquí, que para eso tengo yo un blog personal. Para hablar de movidas que me pasan, movidas que siento y pienso principalmente.

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El mensaje y la voz.


Me topé hace poco con uno de los textos que en su día mandé para cierta publicación. Como era de esperar, los editores tenían la libertad de realizar modificaciones en ese y diversos textos.


No obstante, recuerdo que cuando leí las modificaciones referentes a mi texto, me dije: "Esto está bien estructural y gramaticalmente, sí, pero ya no expresa lo que yo quería decir". Sentí que mi mensaje y mi voz se habían perdido en el camino.


Lo curioso es que yo también he tenido que hacer varias labores de edición en mi andadura escritoril. A veces por responsabilidad, otras veces porque los demás confiaban en mi criterio y pedían mi opinión. O bien una propuesta de edición sobre algo que habían escrito. 


Mientras hacía esas ediciones me daba cuenta de una cosa: cada persona tiene una forma de expresarse, una voz. Una voz que puede perderse con facilidad cuando pasa al escrutinio y revisión de terceros. 


Algo más incómodo.


Como yo también escribo y sé lo que supone decir lo que quieres decir como lo quieres decir, al final las consultas empezaron a ser más incómodas que halagadoras. Por eso, y entre otras cosas, dejé de aceptar propuestas de edición. Porque ya tenía muy claro que cada quien tiene una forma de expresarse, una manera que incluso forma parte de su identidad y es como una huella dactilar, una que se puede matar con lo que aparentemente es una pequeña modificación. 


Hace poco, de hecho, terminé de ver una serie donde el único recurso viable que sirvió para identificar a un asesino por muchos años escurridizo, fue el análisis de su idiolecto. Tan brutal como que las formas de hablar y escribir dicen demasiado acerca de las personas, quizás más de lo que llegarían a sospechar.


Matar tu voz.


Y volviendo al tema de las ediciones, en alguna ocasión uno de los autores me dijo algo similar a lo que yo pensé cuando vi uno de mis textos editado: "Esto no suena a mí". Yo lo entendí, ¡y cuánto lo entendí! Adaptar tu voz a lo que se supone espera un público es matarla un poco. 


El editor puede adaptar cosas porque es mejor para el marketing, para el tipo de obra, para el portal en el que vas a publicar, etc. No digo que su labor sea mejor o peor, eso depende. Pero algo está claro: quien pone sus escritos bajo la responsabilidad de un editor, debe asumir que van a morir partes de él/ella. No hay más. Esa es la realidad. No hablamos todos igual.


Me he dado cuenta.


La otra vez le comentaba a alguien que desde la creación de este blog mi proceso de escritura y motivación al escribir han cambiado mucho. Y menos mal. Pero ya voy explicando porqué.


Para ser sincera, cuando empecé a publicar online, aunque siempre había tenido la necesidad de comunicarme y expresar mi visión del mundo, echando ahora la vista atrás y analizando mis primeras aventuras en el mundo del blogging con mis primeros blogs, me doy cuenta de que no terminaba de expresarme como realmente necesitaba hacerlo.


Una necesidad interna.


En gran medida, podría decir que escribía pensando más en el mundo que en mí, más por y para el mundo que por y para mí. Pero con este blog ha cambiado mucho. Es decir, a pesar de que cada una de las personas que me leen me siguen importando, lo que escribo ahora primero pretende satisfacer una necesidad interna que tengo. 


Al escribir, ahora pienso más en lo que necesito decir que en lo que pensará sobre ello quien sea que me llegue a leer. Si es que alguien me llegara a leer. Y con independencia de que lo hiciera alguien o de cuántos lo hicieran, mi principal gratificación ha pasado a ser el mismo acto de escribir y compartir mi voz como la siento. Escribo y publico justo lo que quiero decir y como necesito decirlo. 


Parece paradójico.


Hasta cierto punto parece paradójico. Pues, el mismo acto de compartir en un blog público y firmar con tu nombre, en principio implica cierta esperanza de ser leído/a. Si no fuera así, igual tendría más sentido hacerlo privado o escribir en un cuaderno físico. Por eso, la mejor forma de expresar lo que pretendo es: he encontrado un buen balance entre mi gratificación personal interna y la externa. 


Pese a ser una persona que cuando se mete en algo prefiere dar lo mejor de sí y obtener los mejores resultados que puede, con el tiempo he ido aprendiendo a ser feliz cuando mi logro se limita en, precisamente, haber dado lo mejor de mí. Aunque ante los ojos ajenos igual no sea la gran cosa.


Pero esa es la cuestión, que muchas veces damos todo de nosotros y como que aún llevamos esa insatisfacción crónica, porque inclinamos más la balanza hacia aquello que está fuera de nosotros. 


Otra famosa peli.


Esto trae a mi mente escenas de una famosa película, la de El diablo viste de Prada. La protagonista hace hasta lo imposible para satisfacer a su exigente jefa. Por ejemplo, cuando busca la manera de conseguir esos ejemplares de Harry Potter. 


Todo por lo que pasa esa chica para conseguir esos libros debería ser un mérito en sí mismo. Pero si has visto la película, sabes que de no haber conseguido los ejemplares su esfuerzo se habría banalizado. Empezando por ella misma, porque es su peor juez. 


Nos esforzamos.


Con esto quiero decir que, a menudo, ligamos tanto nuestra satisfacción y gratificación al resultado que, cuando las cosas no salen como esperábamos o no son suficientes para los demás, a veces ni siquiera nos paramos a valorar lo que nos hemos esforzado. 


Un mal resultado parece pesar más que la suma de cada buen intento que hemos hecho. Por eso, en parte quería compartir que cada vez siento que hago mejor las cosas, y me siento mejor con lo que hago. De alguna manera, he ido aprendiendo y sigo aprendiendo a desligarme del resultado. Y es genial.


Me comprometo más con el proceso, lo voy disfrutando y apreciando más, aunque eso signifique no hacer lo que se supone que otros esperan o podrían esperar que haga. Soy más feliz haciendo las cosas así. Soy más feliz sintiéndome más yo. Y me parece algo bonito.


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