Cómo tomar buenas decisiones

Estefanía Mbá

En esta noche en vela, se me ha ocurrido que la vida nos pone ante situaciones en las que nos planteamos qué decisión tomar y cómo tomar la decisión correcta.

Si ahondamos un poco más, nos encontraremos con personas que no solo sufren porque quieren tomar una buena decisión, sino por el hecho de decidir en sí.

Según los psicólogos, el ser humano detesta elegir entre varias opciones. Muchas veces, cuando por fin ha podido elegir, no se termina de sentir satisfecho. Se debate acerca de si hubiera sido más feliz eligiendo otra opción. Yo suelo hablar aquí de la insatisfacción crónica que nos acompaña.

Estaremos de acuerdo en que decidir sobre qué estudios cursar o si te vas a someter a una cirugía muy riesgosa, pero que puede mejorar tu calidad de vida, no es lo mismo que decidir acerca del color de los vaqueros o camisa que te vas a poner para esa salida con las amigas.

Aunque para cierta gente los vaqueros que se ponen para salir sean como tratar un asunto de vida o muerte. El punto al que quiero llegar es que para cada persona, unas decisiones son más cruciales y trascendentales que otras.

¿Cómo tomar una decisión cuando no sabes qué decidir? ¿Cómo tomar una buena decisión?

Una de las razones que nos paralizan al tomar decisiones es poner demasiadas expectativas en el futuro, en las consecuencias que puede tener hacer lo uno o lo otro.

Pero dicen los expertos que ponernos a buscar razones para hacer esto o aquello es un gran error. La razón siempre encontrará tantos motivos como queramos, para hacer lo uno o lo otro. Algo todavía más paralizante.

Por tanto, la sugerencia aquí es decidir en base a los dictados del corazón. Tomar la decisión que se conecta más con el alma.

A la hora de tomar decisiones siempre habrá algo a lo que renunciar, a veces un riesgo que tomar o un precio que pagar. Los economistas suelen hablar del coste de oportunidad.

Cada vez que elegimos X estamos renunciando a Y. Por eso pienso que para no paralizarnos al tomar decisiones, esto hay que asumirlo de antemano. Siempre nos perderemos algo, siempre renunciaremos a algo.

Hay casos y casos.

Si bien antes decía que expertos sugieren elegir aquello que conecta con el corazón, también es verdad que otros estudiosos de la mente dicen, según han analizado, que en determinadas circunstancias se acierta más priorizando la razón.

Por ejemplo, cuando nuestras decisiones deben contemplar lo que van a decidir los demás. Cuando la decisión del otro reporta un beneficio o perjuicio directo para nosotros.

Y aquí es donde quizás nos explota un poco la cabeza y entramos en bucle. Se nos hace todo un poco bola y, entonces nos preguntamos: ¿qué hacemos finalmente, elegir razón o corazón?

Aunque es cierto que en ciertas situaciones priorizar la razón es más beneficioso, he de decir que en mi experiencia, las decisiones que conectaban con lo más profundo de mi ser me han hecho más feliz. Y cuando se truncaba algo en el camino no me martirizaba, me sentía más en paz conmigo por haber hecho aquello que conectaba con mis valores y mi latido deseaba hacer.

¿Podía obtener mayores beneficios solo contemplando razones? Pues sí. Pero ¿me hubiera hecho sentir más feliz o tranquila? La respuesta a la que llego es que no. Cuando una decisión tomada con el corazón no sale bien, para mí es suficiente consuelo sentir que, al menos, fue decisión alineada con mi ser.

Me siento en cierto modo libre y responsable de mi vida. Por tanto, las decisiones acertadas son para mí aquellas tomadas siguiendo los dictados de mi corazón y mi voluntad.