Ginebra de expectación
Mi viaje a la ciudad que tanto esperaba encontrar.
Estefanía Mbá


El piloto nos avisa mediante el interfono de cabina, casi inaudible, que estamos a media hora del Aeropuerto de Ginebra y vamos a comenzar el descenso una vez atravesada esta zona de turbulencias que “si bien no amenaza la seguridad del vuelo es una sensación incómoda para todos”.
Lo cierto es que sus palabras me tranquilizan y en segundos mi mente me lleva hasta mi trabajo diario (que implica gestionar la seguridad de otras personas) y también me hace pensar en los médicos.
Cuando una figura de autoridad te dice que todo está bien y no entra en pánico, tu tendencia es creer con mayor facilidad. Salvo que sea un político de según qué país. La mayoría de los ciudadanos hemos aprendido a dudar de lo que dicen nuestros políticos, hasta que nos demuestren lo contrario, aunque en el fondo pienso que queremos creer. Deseamos que sus palabras nos sean suficientes.
Mi estado ansioso se reduce en cuanto escucho las palabras de Santamaría, uno de los capitanes. No sabe el favor que acaba de hacerle a mi cuerpo, porque llevaba un rato pensando en que aún sigo posponiendo eso de hacer testamento y tener en orden todo lo que implicaría el proceder cuando mi existencia llegue a su fin, literal o metafóricamente.
Viajar en avión siempre me hace pensar en ese tipo de cosas, en que la vida puede dejar de ser del todo o dejar de ser tal como la conocíamos en cualquier momento.
No he dejado de mirar por la ventanilla en todo el viaje y en cuanto se empieza a ver Suiza desde lo alto, me quedo embelesada.
Pienso en la bonita estampa que algunos pasajeros empiezan a capturar con sus smartphones y decido disfrutar sin más de las vistas y pienso mientras contemplo tanta hermosura en lo bella que es la vida en este momento y en el gustazo que es vivir mientras se vive, cuando se vive.
Mientras empiezo este escrito, hablo con mis hermanas para avisar que ya estoy en el alojamiento y en el proceso alcanzo a ver mi vision board. Sonrío y le digo a mis hermanas que me acabo de dar cuenta de que estoy viviendo algo que puse en él.
El año pasado puse una foto relacionada con este viaje y en un ejercicio de flashforward, he de decir que me asusta el resultado casi idéntico. Ellas me felicitan y me animan a disfrutar y a hacer muchas fotos de todo.
Querido diario viajero, si tuviera que resumir en una palabra mi viaje a Ginebra (Suiza) sería "expectación" y dejaré en este escrito el reflejo o lo que ha motivado esta elección.
En cuanto pisé Ginebra sentí una satisfacción y júbilo difícil de describir. Sentí como si llegara a una casa en la que me estaban esperando. Había estado aguardando desde hacía mucho este viaje y tenía la esperanza y la sensación de que aquí me pasaría algo especial.
Ginebra fue una de las ciudades favoritas de mi padre. En otro ejercicio de flashforward…, en cuanto llegué a España hablé con una de mis tías y fue lo primero que me recordó y preguntó: “¿Sabes que Suiza era un país especial para tu padre? Visitó mucho ese país”.
¿Cómo no hacerlo? La última vez que le vi en persona fue en Madrid y me contó que Suiza le cambió la vida y le dio otra oportunidad para vivir. No nos volvimos a ver en persona después de aquello, pero viajar a Suiza, aunque suene raro, ha sido como volver a estar cerca. Suelo decir que soy hija de muchos padres y este, en concretó, me hizo sentir querida de una manera que sé que no podría explicar de forma acertada con mis palabras.
Estaba empezando a saborear el manjar, probablemente la hamburguesa más cara que he comido, cuando se acercó un hombre y me preguntó si se podía sentar a mi lado. A mí derecha estaba sentado un abuelito y, en cuanto asentí, quien preguntaba se sentó a mi izquierda.
Cada quien estaba tranqui y a lo suyo, mientras disfrutábamos los tres del paisaje. El abuelo a mi derecha se fue tras un rato, yo seguí comiendo y el de mi izquierda a lo suyo. Pero me habló por segunda vez en cuanto terminé mi hamburguesa, para preguntar si había disfrutado de la comida.
Y así empezó lo que sería una conversación interesante de muchas horas.
Querido diario viajero, no me sentí mal por no haber seguido mis planes turísticos y haber escogido mantener esa charla en aquel banco del parque. Es más, me sentí serena.
Casi había caído la noche cuando me acompañó hasta la parada de bus y nos despedimos con un abrazo extrañamente familiar. Descubrí que era actor y director de cine y quedamos en mantener el contacto.
Aunque este encuentro me pareció una señal y un caso de serendipia, he aprendido a vivir en el presente y a hablar de futuros cuando ya son relevantes. Si nuestro futuro deviene relevante, quizás vuelva a hablar de este tema, tal vez de otro modo, porque sentí que fue lo que tenía que encontrar en este viaje. Tal vez en el futuro hable de esto con nombres y apellidos, quién sabe.
En la estación, poco después de despedirme de mi compañero de banco, se me acercó Jessy preguntando por la hora en que pasaría su bus. Jessy era una persona ya entrada en años y me contó que justo donde estaba yo parada había antes un reloj que también indicaba detalles de las líneas de transporte, que había desaparecido al igual que los árboles de cincuenta años que había a mis espaldas.
“Es una pena”, lamentó con pesar. Y yo asentí, como para empatizar con él y viendo mi gesto, me preguntó seguidamente si sabía la razón de su pesar. “Supongo que has perdido algo que te resultaba útil”, le respondí.
“Vi crecer esos árboles durante cincuenta años y ahora están haciendo lo mismo en toda la ciudad, cortando todo y sustituyéndolos por otros más pequeños y asfalto. Ya no estaré cuando los nuevos hagan cincuenta años”. Jessy me dio estos detalles mostrando el mismo fastidio.
“Oye, ¿por qué crees que los están cortando, si parecen en buen estado y son necesarios?”, quise saber, pues el único árbol que quedaba de su época se veía perfecto. “Corrupción, chanchullos, ¿qué crees, Estefanía?”.
Lo que me suelta me pilla muy desprevenida y no puedo ocultar mi sorpresa. Le pregunto si sabe que en el sur de Europa los países del norte son un ejemplo a seguir en cuanto a transparencia. "La noción general es que vuestros políticos son más honestos", le especifico.
“Estefanía, ¿tienen dos ojos, dos manos y un corazón que siente como los demás? Todos los humanos somos personas que pueden tener intereses sin importar la nacionalidad, la edad, el color de piel, estudios, sexo... Y si me preguntas, te diré sinceramente que pienso que corruptos hay más aquí”.
No puedo continuar la conversación con Jessy, porque llega mi autobús. Nos despedimos hablando en español, porque al final de la conversación descubro que tiene ascendencia española de parte de su madre y él que yo vivo en España y hablo español.
No me voy de la ciudad sin la foto de un reloj. Vi en un cruce de Carouge un poste con diferentes relojes que indicaban diferentes direcciones.
Recuerda: El tiempo siempre indica la dirección correcta y la que no lo es. Hay decisiones que solo podemos saber si fueron acertadas (o no) con el tiempo. Estoy segura de que el tiempo me dirá mucho sobre este viaje.
Librería o editorial de referencia: descubrí las bibliotecas callejeras y me llevé un libro: Suprime me de Sophie Kinsella.
Punto de gratitud: Catedral de San Pedro, Ginebra. Y la Iglesia Romana de la Santa Trinidad.
¿Cuál será la siguiente parada?
Es posible que mis palabras no sean suficientes para expresar las ganas que tenía de hacer este viaje, pero me ha hecho reconectar con una parte de mí que echaba de menos.
Querido diario viajero, tal vez estas no son fotos de revista, pero representan algunos de los momentos más reafirmantes que he tenido en mucho tiempo.
Y yo quiero dejar este escrito, para que si alguna vez vuelvo a leerlo, me recuerde que la expectación forma parte de las sensaciones que ayudan a afrontar los días más rutinarios con ilusión y que es importante añadir a mi vida, de tanto en tanto, algo que mantenga viva esta sensación.
Los siguientes días sigo con mis visitas a los sitios turísticos y tomo algunas fotos de recuerdo.
Por destacar: El barrio de Carouge de las fotos anteriores, donde veo una de las colas más largas para comprar helado y aprecio que haya bolsas junto a las papeleras para recoger la caca de perro.
En Carouge tomo la foto del reloj de este viaje y me doy cuenta de que al mirar hacia arriba, todo está más despejado que en el centro de Ginebra. Apenas existe este cableado de transporte que le da un aspecto particular a la ciudad.


El amor que sentí por esta ciudad o en esta ciudad fue surgiendo de manera gradual, conforme avanzaban los días. Al principio noté un trato correcto en su gente como el que percibí en Bruselas. Pero a medida que pasaban los días, los sentí más efusivos y la verdad es que rompieron algunos prejuicios.
El sol que hacía en la ciudad era abrasador. Yo tenía otra idea antes de hacer el viaje, pero hay cosas que es mejor ver con tus ojos para creer, porque las historias de las personas, las cosas y los países se van desdibujando a medida que los relatos se transportan de unos a otros.
Querido diario viajero, decir que me encantó esta ciudad es quedarme corta. La mezcla de naturaleza: montañas y agua que atraviesa la ciudad, me recordó mucho a Andorra, la arquitectura a Bruselas y los precios de la comida a París. Ginebra no es una ciudad para pobres.
Visité la ciudad como estaba previsto, hice un crucero por el Lago Leman para apreciar la ciudad desde otra perspectiva y me relajé tanto que en varios puntos estuve cerca de quedarme dormida.
A la vuelta del recorrido por el Lago tenía previsto hacer visitas turísticas, pero por alguna razón mi intuición guiaba mi cuerpo a dar un paseo por el parque que había justo al bajar del crucero. Así que, me senté en uno de sus bancos a comer una hamburguesa (por alguna razón tenía antojos de hamburguesa desde que pisé la ciudad, aunque no suele ser habitual en mi dieta) mientras apreciaba la belleza que había a mi alrededor.
En el carrusel anterior: Pointe de la Jonction, donde confluye el río Arve en el río Ródano. Es curioso observar cómo hay vida humana en el río con aguas cristalinas y el otro está vacío, porque sus aguas se ven turbias, como de esas pelis en que habitan bichos raros en aguas parecidas.
El cuadro de la fachada izquierda me recordó a los detalles que tiene el regalo que nos hizo nuestro profesor de mates cuando nos graduamos, mi último año de instituto. A la derecha el regalo.
Arriba: el Museo de Arte e Historia de Ginebra que fue una parada interesante, me gustó el contador de su fachada, aunque no se aprecia bien en la imagen. Piezas que me recordaron a cuando veía los dibujos de Hércules de pequeña, todo lo que tiene que ver con la historia de la escritura, las formas de vida y la muerte. Y más arte que solo me dediqué a ver mientras estaba por allí.
Arriba: el Monumento de la Reforma en el Parc des Bastions que me recordó al Parque del Retiro de Madrid, un escaparate de Fendi que no pude dejar de mirar y una librería al aire.
Una cosa curiosa es que vi muchos perros que se parecían a los dueños en mis salidas y la otra: que casi cualquier punto en que hubiese agua y vegetación estaba lleno de personas bañándose o haciendo picnic.
La sede de la ONU en Ginebra, por supuesto. Recomendable pillar las entradas con antelación para entrar como visitante, porque si no, podría resultar complicado hacerlo con el tiempo justo.
Visitas al centro histórico, Casa Tavel y paradas de gratitud en Ginebra.
Me llevé recuerdos de escritora, como de costumbre.
Si en el vuelo de ida tuvimos turbulencias suaves, justo 15 minutos antes de llegar, en el vuelo de vuelta, las turbulencias fueron horribles y en algún momento me salió un lamentó en cuanto sentí mi cuerpo separarse del asiento en una sacudida.
No hacía mal tiempo y todo parecía normal fuera del avión y la falta de alguna explicación o palabras de aliento por parte de los pilotos (como en el vuelo de ida), me hizo tener mucho miedo.
Carlos, un sevillano que estaba sentado a mi lado se esforzó mucho por distraerme y se lo agradecí, incluso me reí cuando me dijo que él suele pensar que en caso de que pase algo, no está en su poder hacer mucho.
Me reí más mientras le decía que esas palabras no eran muy alentadoras, pero que era bastante cómico el momento que había escogido.
Que me guste viajar y me dé pánico volar es algo terrible, sin embargo, en cuanto aterrizamos supe que es un precio que estoy dispuesta a pagar para vivir todo lo que he vivido y lo que me queda por vivir.