Las nubes grises del paisaje

Estefanía Mbá

En el último artículo que publiqué en Thrive Global, hablaba de porqué tenemos que ser optimistas y porqué pienso que es mejor ser optimista que pesimista. Pero la verdad es que como digo en el artículo, para mí el optimismo no significa ver el mundo siempre en colores rosas sino desde la posibilidad, la posibilidad de lo que puede ser mejor. Pues, como dice Ricardo Arjona en la canción Fuiste tú "las nubes grises también forman parte del paisaje".

Esta noche en vela he pensado (estoy pensando) en lo saludable que es permitirnos estar tristes, quejarnos y sentirnos molestas cuando no nos gusta lo que nos ha sucedido o lo que nos sucede.

Cuando estoy atravesando momentos o días grises, normalmente hago dos cosas: llamo a una persona de confianza que tenga en ese momento, me quejo un montón de todo, doy pataletas como si fuera una bebé, maldigo todo lo que se menea y, si eso, lloro un tanto. O lo segundo: me retiro a solas y me quedo conmigo misma para procesar a mi manera lo que me pasa. 

Pues, resultó que tenía más a mano a mis madres. Normalmente tiendo a decir "mi madre tal" y "mi madre lo otro". Pero yo en realidad no tengo una sola madre. Me considero hija de varias madres y padres, porque me han criado diferentes tutores en diferentes momentos de mi vida. 

Todo está mal.

Volvamos al asunto. Cogí el teléfono, contacté con mi madre y me puse en estado "todo está mal". Solo me escuchaba desahogarme mientras vomitaba todo lo que sentía. Y me sentía fatal.  En cuanto terminé, me dijo: "Estefanía, todo estará bien". La otra me dijo que tuviera paciencia, que todo pasaría y que me entiende. 

Al final también hablé con mis hermanas. Y a pesar de que no lo parecía, nos dimos cuenta de que nos pasaba casi lo mismo, ¡y qué bueno haberlo hablado después de todo! 

A lo que quiero llegar al relatar estos detalles es que en momentos así soy más consciente del sostén que me aporta mi familia y lo agradezco. Aunque, como bien expreso en uno de los poemas de mi libro Voces en vela, para mí familia es quien sujeta tu mano y te ayuda a levantarte, aunque la sangre no os haya unido. 

No solo han tratado de hacer mejores mis días malos personas con las que comparto lazos de sangre. También lo han intentado quienes ni siquiera me conocen tanto. 

Compis que me ofrecían un café caliente en su pausa (soy más de té, pero lo aceptaba) y una conversación que hacían las noches de trabajo más amenas. O las que eran tan intuitivas que deducían con una respuesta lo que podía estar sintiendo y compartían conmigo sus experiencias. Y hacían lo que estaba en sus manos, para que el rato que trabajaba con ellas la vida pareciera menos complicada. Otros ofrecían más de lo pedido, cuando pedía. Y es cosa extraña estos días.

Mayor compañerismo.

Puedo decir que mi trabajo actual es el más demandante que he tenido que hacer jamás. Y eso que yo he hecho casi de todo. Pero en comparación, es en el actual donde mayor grado de compañerismo he experimentado. Veré si los siguientes lo superan. Confío en que sí.

Muchas de las personas que he conocido en este breve tiempo serán probablemente personas que dejarán notable experiencia vital para mí. Y sí, familia es quien sujeta tu mano y te ayuda a levantarte. Y siembra flores con las lágrimas que te ha secado. Y te hace sonreír porque te da motivos.

Confío en el camino.

Decía en un boletín blog que este es un momento vital en el que me siento feliz, porque a pesar de las dificultades del trayecto, tengo plena confianza en mi camino vital y sé, en el fondo, que todo lo que me sucede no es azaroso y me estoy acercando al punto que quiero estar. 

Pero este estado de felicidad viene acompañado de días grises. De días en los que necesito que alguien me recuerde que todo estará bien. Donde la filosofía de los compis que te rodean no sea arruinar tus días porque tienen dramas, sino regalarte su mejor sonrisa a pesar de sus problemas. Porque cuando la gente se sincera contigo, te das cuenta de que, muy en lo profundo, la vida no es tan fácil para nadie. A pesar de las apariencias.

El resultado de todo es que igual acudí a mi segunda opción, la de tomar uno de mis retiros espirituales. Momentos de estar conmigo como puedo y reflexionar sobre lo que me sucede. Intentar ver lo que tengo que aprender, ordenar ideas y emociones. Tomar decisiones aunque sean difíciles, si hace falta. 

Aunque al final del día sé que no estoy sola en esto, también sé que mi vida es mi responsabilidad. Así que, después de darme el lujo de dar pataletas, toca volver a ser adulta. Porque la queja puede aliviar por un tiempo, pero la queja perpetua no suele ser saludable. Y la vida está llena de posibilidades. Optimismo para mí es así y es saber esto.