No se duerme si falta paz
Estefanía Mbá
Quien vive para complacer al mundo, pierde el mundo y se pierde en el proceso. Hace poco he leído que mucha gente tiene dificultad para dormir, porque se necesita paz para conciliar el sueño. Y a mucha gente le falta paz.
Gente cercana a mí tiende a destacar lo claras que parezco tener las cosas y lo admirable que es que viva mi vida de forma deliberada. “¡Ojalá pudiera tener tu claridad, Estefanía!”, me solían comentar.
Pues bien, yo creo que en el fondo sabemos las cosas que nos hacen bien y las que no. En el fondo sabemos qué personas son perjudiciales para nosotras y las que incluso sacan nuestras virtudes ocultas.
Pero el ser humano tiene una capacidad increíble de apegarse a las cosas, situaciones y personas, para bien y para mal. En nombre de lo que sea: de la experiencia que se gana, del amor que se tiene, del temor a lo desconocido si se salta al vacío. Más vale diablo conocido que ángel por conocer. ¿Cuánto nos lo han repetido?
He llegado a la conclusión de que muchas malas experiencias están sobrevaloradas. No entiendo que se romantice aprender en carne propia lecciones que ya han experimentado personas cercanas, si podemos evitarlas.
Hay cuestiones que, si observas bien en tu propia familia, te darás cuenta de que se repiten una generación tras otra. ¿Por qué tienes que pasar por esa desagradable vivencia si puedes esquivarla con una decisión?
No creo que unos hechos que se repiten tanto sean fruto de la casualidad o solo el azar. En ocasiones, solo hace falta que una persona se atreva a tomar una decisión complicada para ver un cambio a mejor.
Tomar decisiones difíciles no es agradable, sobre todo, cuando tus decisiones van contra lo que es la forma de vida que conocen personas de tu círculo directo, aunque esas personas reconozcan para sí que habrían querido vivir o quisieran vivir de otra forma.
Muchas personas no encuentran la paz ni pueden dormir, porque viven traicionándose cada día, para ganar la aprobación de unos ojos que ni siquiera reparan en su presencia.
No es que sepa exactamente lo que quiero, como me suelen decir.
Sé que hay muchas cosas que serían buenas para mí y que por mi experiencia en la vida y conocimientos limitados sobre el funcionamiento de nuestro universo, ni siquiera sé que existen. Ni siquiera alcanzo a imaginar que sean posibles. Ni siquiera alcanzo a pensarlas y por eso no sé desearlas. Sin embargo, confío en que la vida me guiará hasta ellas o las atraeré.
Sobre todo, lo que sé es qué tipo de vida no quiero vivir y por eso, a pesar de lo dolorosas que puedan resultar las circunstancias intento tomar decisiones que me alejen de la vida que no quiero y asumir la responsabilidad de mis actos.
Por ejemplo: como detesto madrugar decidí solo postular a puestos de trabajo que no lo requieran. ¿Para qué me voy a engañar? La gente que madruga con una sonrisa es un misterio para mí.
A veces, duele mucho dejar los lugares y las situaciones que no nos hacen bien. Y cuanto peor nos sentimos, más queremos demostrar que somos dignas de éstos. Y nos pasa con trabajos, jefes, parejas, amistades y familiares.
Ya hago lo contrario o lo he ido aprendiendo, por lo que he vivido y por lo que han vivido otras personas que conozco. Hay errores que no vale la vida repetir. Y lo creo de verdad. No hay que romantizar miserias.
En casi todas las redes veo consejos de gurús diciendo a la gente que se comporte como gili*****s, porque así llaman la atención del resto. No diré que no funcionan para muchos, por algo se hacen tan grandes esos gurús y sus bolsillos.
Lo que sé es que no quiero vivir cuestionándome si las personas que me rodean me estiman en realidad. He desarrollado poca tolerancia a comportamientos que me llevarían a ese runrún mental.
Así que, en esta noche en vela confieso que mi mayor aspiración es vivir tranquila y poder conciliar el sueño. Aunque pierda el mundo, al menos me tengo a mí misma.