Oporto de contrastes
Mis días en una ciudad donde las apariencias me engañaron.
Estefanía Mbá
Querido diario viajero, si hoy tuviera que destacar una frase sería que “las apariencias engañan”. Llegamos al aeropuerto de Oporto (Portugal) en una tarde cálida de verano. Como es lógico, lo primero que hicimos fue buscar un medio de transporte que nos llevara hasta el centro de la ciudad, donde nos alojaríamos.
A medida que nos acercábamos a nuestro destino, la sensación de haber elegido mal la ciudad se respiraba en el aire. ¿Qué nos podía ofrecer esta ciudad? Todo lo que dejábamos atrás parecía lúgubre, sin vida, triste. ¡Nada! Concluimos que habíamos invertido el dinero inútilmente. Pero menos mal, menos mal que, a veces, las apariencias sí que engañan.
En cuanto llegamos a nuestro destino empezaron las sorpresas. Bueno, empezaron un poco antes, porque nuestro conductor, la primera persona de Oporto con la que tratamos de forma directa hizo que un trayecto que no ofrecía mucho visualmente resultara placentero.
El jovial conductor nos habló un poco de lo que podíamos esperar (comentó que amaríamos la ciudad, aunque en principio no pareciera ofrecer mucho). Nos dio recomendaciones muy útiles, fue super agradable y muy buen conversador.
La gestora de una de las instalaciones en las que nos alojamos fue la segunda sorpresa de Oporto. Lo maja que se portó y la forma en que nos recibió, ¡ay, por favor!, si hasta Oporto lúgubre empezaba a verse con más color. Y solo habíamos tratado con dos personas.
Querido diario, solo puedo decir que amamos descubrir que Oporto era una ciudad con una marcada personalidad. Amamos descubrir la forma random (o no tan random) en que conviven lo antiguo y lo moderno en esa ciudad. Amamos que supiera sorprendernos de las formas más insospechadas, a su gente y la forma tan despreocupada con la que parecía afrontar o vivir la vida. Amamos cada una de las noches que pasamos en nuestro local de diversión favorito, al DJ y la música inmejorable.
Amamos las compañías, la forma en que fuimos todos parte, incluso cuando procedíamos de lugares dispares del planeta. Amamos descubrir la mejor cara de la ciudad, que nos robara el corazón y que nos dejara con la sensación de que nos podíamos mudar allí sin problema. De pensar que nos habíamos equivocado de destino a ya no querer volver a casa. Definitivamente, las apariencias engañan y nos engañaron pero bien.
Probablemente, mis palabras serán insuficientes para describir lo increíble que fue este viaje. Lo único que sé es que me gustaría volver algún día.
Librería visitada: Lello, clasificada como la más bonita del mundo. Recuerdo de escritora: Edición de El principito.
Punto de gratitud: Iglesia azul de la galería de fotos. Para mí es tradición agradecer por todo antes de dejar una ciudad.
¿Cuál será la siguiente parada?
A la izquierda capturando el sol en mi corazón, con el corazón en mis manos. A la derecha, última parada que hicimos en BASE, una especie de bar-restaurante al aire libre (sobre el césped nos detuvimos a pensar un poco en nuestras vidas y a procesar lo que vivíamos).
Visitando Aveiro, un bello municipio cerca de Oporto. A la izquierda puentes del amor.
A la izquierda preparada para visita gastronómica. A la derecha, rumbo a ver un lindo atardecer.
No me voy de la ciudad sin foto de un reloj. Recuerda: El tiempo no es infinito y cada minuto cuenta.
Querido diario viajero, sé que estas no son unas fotos de revista, pero representan los recuerdos más bonitos. Y yo dejo este escrito para recordarme, si alguna vez vuelvo a leerlo, que los deseos se cumplen y cuando eso pasa, hay que proteger los recuerdos.