Para quien pida ser inmortal

Estefanía Mbá

En esta noche en vela, me he acordado de un cuento sobre la inmortalidad que leí hace tiempo. A un rey, emperador (no recuerdo bien su título) se le concedió la oportunidad de cumplir un deseo y el monarca pidió ser inmortal. Sin embargo, al pedir la inmortalidad se le olvidaron otros detalles.

Para no hacer la reproducción del cuento más larga, resumo que tuvo que enterrar a todos sus seres queridos. Generación tras generación.

Ese hecho le produjo una sensación de soledad e incomprensión. No es lo mismo vivir en tiempos más modernos en los que te sientes un ser extraño.

Además, se le olvidó pedir la inmortalidad gozando de un buen estado de salud. Por lo que, no únicamente sentía la soledad sino que tampoco podía disfrutar del tiempo que le fue concedido. La vida le resultaba un tanto insulsa, pero larga.

Casualidades vitales.

Hablo de este cuento y no de otro por casualidades de la vida que te hacen reflexionar.

No hace demasiado, me subí como de costumbre al metro para ir a currar. Después de varias estaciones, se subió un guitarrista y empezó a cantar sobre la inmortalidad.

La canción y el cuento.

Lo primero que pensé fue: "¡Qué talento tiene, bonita voz, podría ganar un concurso de talentos si se presentara o seguro que llegaría lejos." Curiosamente, en cuanto el chico empezó a cantar sobre la inmortalidad no pude evitar pensar en este cuento.

Parecía describir la sensación del monarca cuando aseguraba que la inmortalidad está sobrevalorada, más cuando te hace dejar de sentir, ya que somos porque sentimos. O algo así, ya sabes, frases profundas que solo surgen de grandes artistas.

Atendí a Luz.

Aquel día, al llegar al trabajo me tocó atender a una mujer de 81 años llamada Luz. Pese a su edad, Luz hablaba y desprendía tanta energía, fuerza y alegría que pensé en la fortuna que supone envejecer en esas condiciones, sin perder esa luz, esa alegría de vivir, ese encanto.

Pensé que el monarca del cuento habría sido más feliz aun viviendo menos años que Luz, pero con actitud parecida a la de esa encantadora mujer. Igual lo esencial no sea cuánto, sino cómo se vive.