Si fuera la mayor prueba de amor

Estefanía Mbá

En esta noche en vela, me ha dado por pensar en las cosas que nos han pasado, nos están pasando y nos podrían pasar a lo largo de este año.

No me preguntes porqué ni para qué, pero he pensado en lo mucho que la vida de una persona puede cambiar en un momento y me he dado cuenta de que el tiempo nos pertenece poco. Muchos seres vivimos como si fuéramos eternos, como si nuestros días en este planeta no tuvieran fecha de caducidad. Pero en verdad, ninguno somos realmente dueños del tiempo. Y nuestro tiempo ni siquiera es tan nuestro.

Si le sumamos tantas ocupaciones y cosas que nos lo van consumiendo, pues todavía más me reafirmo. Por eso, cuando he pensado en cuál podría ser la prueba de amor más grande de una persona hacia ti, he llegado a la conclusión de que, con seguridad sería dedicarte su tiempo con cariño.

Y cuando hablo de dedicarte su tiempo, me refiero al hecho de que esa persona esté porque quiere estar y se comprometa a estar. No me refiero a cuestiones de conveniencia, donde uno está porque no tiene más remedio o porque su propio beneficio va primero.

Me refiero a cuando alguien está porque se interesa por ti sinceramente, cuando no tiene porqué estar y podría no estar, pero elige hacerlo y se compromete contigo. Y ese alguien puede ser cualquier persona: tu pareja, tu padre o madre, tus amistades, profes y demás humanos con los que interactúas.

Inicio de una vida.

Al pensar en todo lo de antes, me ha venido a la mente una de las primeras maestras que tuve en mis inicios de primaria. Siempre fui una niña muy curiosa y tan curiosa como callada.

Dos cualidades que a día de hoy pienso que conservo, aunque lo de hablar va cambiando, ya depende un poco de con quién y para qué. Pero por lo general, me da pereza hablar porque sí. Y más con gente con la que no he desarrollado cierta confianza.

Al empezar la educación primaria yo tenía ciertas dificultades de aprendizaje en la escuela formal. Por fortuna, pasé por manos de una maestra que se comprometió mucho conmigo o con mi proceso de aprendizaje (o las dos cosas).

Era una mujer muy exigente, pero tenía muchísima paciencia conmigo. Recuerdo que, a pesar de mi corta edad, yo misma me llegué a preguntar qué es lo que ella veía en mí. Me dedicaba tiempo, hablaba con mi madre y le decía cosas que podían ayudarme fuera del colegio.

Por suerte, también tuve unos padres muy implicados en este proceso, tan implicados que mi propia madre llegó a darme clases particulares en casa. Y, tanto ella como mi padre, se tomaban el tiempo de responder a mis sesiones de preguntas.

¿Te has topado con esos niños que hacen preguntas todo el rato? Pues yo era así con la gente que sentía que podía hablar, generalmente gente más mayor que yo. Y no frenaron mis ganas de aprender, todo lo contrario.

Mi primer curso.

No se me va a olvidar mi primer curso de primaria, cuando vi que la maestra había puesto "promociona al curso siguiente" en mi boletín. Yo me preguntaba si no se había equivocado, en serio. Las cosas me habían costado mucho más que a otros compañeros y yo misma ni esperaba pasar al siguiente curso. Le pregunté a la maestra si era verdad para asegurarme.

Pues nada, me dijo que sí, que sabía que lo haría muy bien en el siguiente curso. Además, también le dijo a mi madre, quien fue a esa entrega de boletines: "Tu hija trabaja mucho y es muy inteligente".

Todo eso me resultaba confuso porque, en nuestro entorno, los niños inteligentes eran los que sacaban sobresalientes, pero mis notas del curso habían sido más bien muchos aprobados y suficientes.

Pero bueno, a pesar de las no tan buenas notas, esta maestra (se llamaba Ana) me trataba como si viera algo en mí que yo misma no veía. Y no solo a mí me decía que yo era inteligente, ese día se lo dijo a mi madre delante de mí. Y ya te puedes imaginar, ella se puso muy contenta y orgullosa. Igual que mi padre cuando se lo contó.

Cuando ellos están.

Ver que mi maestra y mis padres estaban orgullosos y, sobre todo, que se esforzaban mucho por mí, me hizo querer esforzarme yo también y hacer las cosas mejor. De hecho, yo empecé a creer en eso que supuestamente ellos veían.

Empecé a creer que en clase me podía ir mejor y me propuse hacer las cosas mejor. Y claro, así fue como mi rendimiento académico empezó a mejorar. Y tanto que años después empecé a recibir premios por ello. Pero aquí entre nosotras, la educación reglada siempre me ha aburrido mucho.

Desde luego, quienes se encontraron conmigo en esos momentos de mi vida pensaron que había nacido con esa facilidad para los estudios. No se imaginaban unos inicios como los descritos.

Una prueba de amor.

En días como este y noches como esta, cuando pienso en ese periodo me pregunto: "¿Esas personas tenían que hacer todo lo que hicieron?" Quizás la respuesta sea sí. Pero ¿podrían no haberlo hecho? Claro que podrían no haberlo hecho. Y, sin duda, aquello habría afectado mi vida o cambiado su rumbo significativamente.

Un simple momento en el que se pronunciaron unas simples palabras habría marcado el sendero de mi vida para siempre. Soy alguien que piensa que incluso nuestros seres más allegados podrían elegir no hacer las cosas que hacen por nosotros, como comprometerse y dedicarnos su tiempo con cariño.

En verdad, nadie es perfecto, pero cualquier persona que se compromete con nosotros y nos dedica con cariño su tiempo, nos está dando una gran prueba de amor. Nadie se compromete con lo que o quien no ama, cuando podría elegir no hacerlo. Nos dan algo que no es recuperable: su tiempo.